Brander Josué Gonzales López, Lic. En periodismo, fotógrafo y escritor revelación del año 2005 por el INC de Lambayeque, fuerza su memoria para contarnos de forma lúdica algunas historias y anécdotas de mediados de los 80's y principio de los 90's, cuando fue residente de la villa Sócota donde cursó sus estudios primarios y secundarios, promoción 1991 del ex Colegio Ricardo Palma ahora San Lorenzo. Como adelanto de sus crónicas nos envía para publicar 2 capítulos, esperando sea del agrado de los lectores que exploren y disfruten de la exquisitez de su pluma. Asimismo, se espera recibir la crítica de los entendidos en este tipo de producción literaria y de la ciudadanía en general, lo cual motivará al escritor a publicar los demás capítulos de su valiosa obra. Por lo que se les pide comentar y compartir la publicación si fue gustosa.
SOLO PARA NOSTÁLGICOS
Capítulo I
UNOS LLEGAN Y OTROS SE VAN
Habíamos llegado a la villa de Sócota en una avanzada
y prieta madrugada de enero, mi padre había sido reubicado por su empresa a
esta alejada zona de criollos y mestizos, ahí se construía una central
hidroeléctrica que alimentaría a las provincias y distritos de Chota y
Cutervo. Una camioneta de Electro Norte
fue dispuesta para su traslado desde Chiclayo,
esta era blanca, iba pilotada por un diestro chófer de nomás de
cuarenta, moreno, con visible sobrepeso,
cabellos enredados, nariz ancha y de poco y cortante hablar —me acuerdo vívidamente
de él, porque una semana después, lo volvimos a ver, desencajado, ojeroso, más delgado y lloroso, con su alma
evidentemente hecho añicos— y no era para menos —había hecho nuevamente todo el
viaje, esta vez de pasajero para recoger a su hermano menor, que trabajaba también
en este proyecto, muerto en un accidente
tonto y poco claro—, esto conmocionó a mi familia y a mí. Éramos en ese tiempo
cuatro bendiciones, de la unión de mis padres, veníamos de la Capital,
desconsolados por dejar una vida allá, a mediados de la turbulenta década de
los 80. Fascinante viaje, las planicies áridas, aparentemente interminables de
la costa, de casas pobres, de mil angustias y colores, de gentes bajas y de
color cobrizo, quedaban atrás; mientras nos abríamos paso por
una trocha, serpenteante, polvorienta, llena huecos y baches, orillada a ambos
lados de árboles, arbustos, zarzas y matorrales, a un nuevo mundo, pronto, mis ojos tuvieron que adaptarse a
otra paleta de colores, los cuadros desde mi ventana tornáronse verde en sus infinitas combinaciones.
Imponentes montañas se elevaban delante de mí hasta rasgar los cielos, de estas
gigantescas rasgaduras emanaba impolutos algodones, que el viento raudo llevaba
a soplidos en todas las direcciones. Aire fresco, limpio y frío comenzó a
llenar deliciosamente nuestros pulmones mientras ascendíamos por la cordillera,
solo parábamos brevemente para dar paso a camiones, cargados de ganados, papas
y gente; así como para orinar y mi mamá cambiarle el pañal enmierdado a
Jhonatan. Multicolores aves desconfiadas dejaban escuchar sus melodiosos trinos
desde ramas y rocas, de cuando en cuando
perros flacos y sin raza cortaban con sus ladridos lastimeros y rabiosos
el sonido monótono del motor que rugía
en cada cuesta, todo el panorama había cambiado, ahora
casas de tejas rojas y calamina, de uno y dos pisos, de balcones de
madera, de paredes blancas y otras de barro, con ventanas cuadradas y rectangulares, con bancas o
tronco o losas de piedra, esos rudimentarios hogares daban la apariencia a la distancia, —cerro a cerro— a grajeas pegadas a una
inmensa y exquisita torta esmeralda, las casas más grandes con humos blancos
saliendo de ellas, las veía similares a las fauces de verdaderos dragones botando humo mientras retozaban
plácidamente la siesta...
Abrí los ojos y de repente ya era de noche, ¡Llegamos!, escuché, agucé la vista, ese cielo azul antes hermoso, ahora era negro y triste, con lágrimas cayendo de él, la ciudad estaba iluminada débilmente por focos apenas más fuerte que luciérnagas. Apenas nos alojamos empezó un diluvio allá afuera con truenos y relámpagos, yo que no entendía estos fenómenos naturales me imagine a titanes peleando entre sí, arrojándose rocas inmensas que fallando sus objetivos caían pesadamente al piso haciendo retumbar los cerros, los veía luchando con espadas que al chocar entre ellas iluminaban nuestras ventanas brevemente con sus chispas, fue pensando con los ojos cerrados y muerto de frio en estas cosas que volví a quedarme dormido acurrucado, esta vez entre mis hermanos. Habíamos llegado a Sócota, a la libertad, al paraíso, pero aún no lo sabíamos.
SOLO PARA NOSTÁLGICOS
Capítulo VI
PENCAZOS
Los ríos aparecieron unos días después de que los
dioses crearan al hombre, pues la tierra intuyó lo que éste le haría y se puso
a llorar, de éste anticipado llanto nacieron los valles y de estos valles, lo mejor
de la creación…
Mi papá me había llevado
innumerables veces a pescar, por ejemplo, pescábamos a menudo en la bocatoma
manipulando las compuertas de este embalse, desviamos el río a un canal
adjunto, que sirve para regular el volumen de agua en tiempos de lluvia y su
periodo de mantenimiento. —El otro, el acueducto principal corre en desnivel
hasta lo alto en una cámara de presión de la central hidroeléctrica de
Guineamayo, transformando la fuerza cinética del agua en caída a través de unos
grandes tubos a unos inyectores que golpean las paletas de las turbinas
hidráulicas Pelton de fabricación brasilera, estás a través del movimiento y
conectados a un generador producen la energía eléctrica. "Aconteció que
semanas antes de la inauguración de la obra, alguien para pescar forzó los
candados de las compuertas, enviando todo el caudal del río al canal, esta agua
tuvo que ser evacuada a un acueducto inconcluso, fue ahí mismo dónde caí
accidentalmente, siendo arrastrado por la corriente sin aparente salvación,
pero fui rescatado por mi padre que sin titubear y lleno de valor se arrojó en
mi ayuda. Casi pierde la vida al estrellarse contra los palos del encofrado de
la obra pendiente. El felón culpable quedó en el anonimato y nosotros fuimos
perdonados por el río secuestrado en el canal”.
Bueno volviendo a la pesca,
dejábamos pues —usando
el canal de control del flujo—, a una veintena de metros de cause artificial
encementado sin agua; los peces quedaban atrapados in situ, al querer escapar cuesta arriba,
mientras violentamente la corriente de agua desaparecía para sorpresa de ellos;
la verdad el espectáculo era algo macabro, los peces corrían
por su vida pero la pronunciada cuesta
de concreto es demasiado para ellos y su instinto de nadar contra la
corriente, los más aguerridos daban
lucha —¡sí!, pero en vano— montados en los últimos chorritos de
agua blanca, hasta dejar ver sus panzas
plateadas, sus ojos inexpresivos y quedar
saltando de costados hasta cansarse
con la boca intermitentemente abierta y cerrada, como mentándonos la madre. Era pues su final y el comienzo de nuestro:
frito, sudado o ceviche. Luego la chamba era separar los pescados petizos que volvían
al río con una nueva oportunidad de vida y de los grandes a una pesquera y más
tarde hacer parte de nosotros a través de la digestión para luego ya procesados
volver al río otra vez. También estilábamos pescar con dinamita o trueno, ahí
era el sonido de la explosión dentro del agua lo que les dañaba su vejiga
natatoria dejándolos al ras del agua y a merced de nuestras mallas y manos.
Otras técnicas fueron el garlo, el anzuelo, la atarraya. Sabía pues de estos menesteres:
cruzar el río, poner carnada, anudar el anzuelo, caminar entre piedras resbalosas,
buscar los mejores sitios, sacar los pescados de entre los cocos de la
atarraya, usar la linterna en noches con y sin luna, con o sin manos, sin apuntar
directamente a la poza y espantarlos. Cuando independicé mi pesca ya tenía muchas
horas de vuelo en esta apasionante actividad. Lo que nunca me enseño mi papá,
fue a pescar con penca, eso ya lo aprendí con amigos.
Las pencas que usábamos son las
verdes, aunque en la zona también hay azules, las mismas que usan los mexicanos
que ellos llaman agave y la emplean para elaborar su tequila, aquí a ambas la
llamamos pencas de maguey y le damos varios usos como hacer sogas, guanshil y
pescar. Esto último desde épocas inmemoriales, se debe a las propiedades
irritantes y paralizantes de su jugo, que extraemos golpeándolas con piedras o
viceversa y arrojando esto a las pozas previamente drenadas, ya la extracción
de los peces dependía más de maña y la experiencia.
—¡¿Orejas y cómo es para mañana?!,
¿vamos o no? —Dijo Leyter, el cuarto de
los Mera Fonseca, un viernes mientras caía perezosamente el sol en los cerros.
—Claro, ya estoy alistando los
plásticos, mañana la hacemos linda. —contesté— sobándome las palmas de las manos.
—¡Huevón las pencas!, me preocupan
¡¿de dónde la sacamos?! —Prosiguió
malhumorado—. "Estaba más chato que
de costumbre".
—¡Tmr las pencas las buscamos
mañana, por el camino! " Como jode
éste huevón".
—¡Ya, ya! Entonces queda, gafo,
queda. Y siguió rápido por la calle Jaén. Dejándome en el parque un poco
fastidiado.
El sábado estábamos en camino, venía
rezagado por una docena de metros tratando de emparejar mi paso, mientras silbaba
para contener mí ansiedad, rogaba que mi mamá no se molestara mucho por haberme
llevado prestado su mantel floreado de plástico, los Mera venían con los baldes
en la cabeza y Shebo abriendo trocha con el machete de su papá, William Espejo
por su lado avanzaba contándonos como Regino había perdido varios dedos de su
mano al explotarle el trueno y como esos dedos habían volado por los aires hasta
el pecho de Antonio “el Mote” Cabrera y éste se había desmayado de la
impresión.
Pequeños son los senderos y casi invisibles
los que conducen al río, el olor a tierra mojada a piedras húmedas, a moho a
vegetación, combinado con el groar de sapos, el grito estridente de chicharras bullangueras,
de furtivos pájaros y el ululante viento, da un ambiente que solo el espíritu
entiende, por eso quizás caminar a la orilla nos llena de ese júbilo
indescriptible y delicioso. Si los ríos son venas y arterias del mundo, el
pequeño Guineamayo sería un capilar sanguíneo que lleva los nutrientes a todo
el valle y nosotros seríamos unas microscópicas e insignificantes bacterias
succionando la vida que este lleva a su paso.
Leyter vino con Chocho su hermano
mayor, con el cual a veces nos amenaza cuando el pleito no le había beneficiado
un día anterior, esta vez todo estaba en paz; igual el hermano jamás intervino.
Yo vine con Shebo y el “Peje” William.
Tras varios kilómetros de búsqueda
encontramos el lugar, un meandro, un pequeño recodo que acariciaba una pesada
roca redonda con bordes achatados, todos asintieron con los ojos, este sería el
lugar. Shebo y el Peje se encargaron de buscar, traer y limpiar las pencas
mientras que el resto comenzamos a levantar una pirca oblicua, extrayendo
piedras del fondo y la orilla, Chocho al ser más grande que nosotros fue clave,
luego forramos con plásticos los muros y aprisionamos con champas extraídas de
la tierra que rodea los sauces.
Los muchachos trabajaron con
ahínco, con tenacidad, el cause se rehusaba a cada momento de ser redirigido,
cuando lo conseguimos tras varias horas de lucha, proseguimos con el drenado
del pozo con los baldes, uno tras otro, tras otro nos acercaba a las presas, el
sol y el viento y los zancudos castigaban sin clemencia. Las gaseosas Pitirras,
las galletas soda y los atunes de fiambre daban fuerza a estos marineros de
agua dulce.
Otra mirada cómplice de todos
concluyó que era suficiente, —¡¡peeenca!!!
—gritaron al unísono—, llegó la hora de ver si habíamos escogido bien el
lugar. Las hojas de las pencas habían
sido desprovistas de sus espinas de forma de serrucho para poder ser tomadas
por la parte más delgada para luego ser azotadas contra las piedras hasta ser
destruidas por los impactos, luego son arrojadas a la poza dejando actuar su
jugo y atontar a los peces.
Leyter fue el primero en hurgar debajo de una piedra
dentro del pozo:
—¡P-p-pucta... concha su mare! ta’ huevón— espantado sacó la mano mientras
retrocedía y se recostaba en una piedra de granito.
—¡¿Qué pasó?! —habla— inquirió algo nervioso Shebo.
—¡Se enrollaron en mi mano huevón,
son grandotes o son culebras! —
Fui el segundo en meter la mano con casi medio
cuerpo dentro; sentí un cardumen de lifes nadando alcoholizados, chocando unos
contra otros, enloquecidos, comencé pues lentamente a sacarlos uno a uno sin apretarlos,
suavemente, ya cerca de la superficie los tomaba con las dos manos para
arrojarlos a la arena, uno era más grande que otro, los comenzamos a juntar en
una saqueta, salían bostezando. El secreto está en no aplastarlo si no tomarlos
suavemente; fueron más de un centenar de lifes y seguro fueron muchos más los
que dejamos, parecía interminables como si los hubiéramos atrapados en un mitin
o una marcha política o un concierto, estaban todos ahí. La tarde envejeció
rápidamente y la noche que se abalanzó contra nosotros, nubes preñadas de color
gris comenzaron a meternos escupitajos desde lo alto, corrimos, pero la luz nos
abandonó y los poyos se tornaron en lluvia, el reparto fue rápido y cada quien
tomo su camino y su destino. Olvidé el plástico
floreado, aunque igual ya no servía.
Mi mamá estaba espetándome en el umbral de la puerta, —echando humo por las orejas y maldiciendo al viento— blandiendo la correa de Ciro, como samurái, me vio y se hizo la desentendida; yo la vi también de soslayo, y también me hice el desentendido, mientras caminaba a su encuentro me sentí como el río, que no tiene marcha atrás, proseguí mi destino pues sabiendo lo que me esperaba. Logré entrar a mi casa, tiré mi saqueta de lifes, con la esperanza de perdón, pero sin permiso, y en esas fachas y a esa hora, todo estaba perdido. Julita arremetió con furia marcial, esquive el primer pencazo con éxito, pero solo ése, los siguientes impactaron en ráfaga antes de que mi pesca tocara piso, mi culo se sintió como la piedra en las que golpeamos las pencas, todo estaba perdido, me molieron esa noche, sí, pero no pudieron arrancarme el orgullo, ironías de la vida había conquistado el río y mi mamá a mí, a punta de pencazos.